Hay fechas que se graban en la memoria y en la piel; que son imborrables en la intimidad de cualquier hogar, pero también en el imaginario colectivo. Instantes cincelados a martillo, que levantan una barrera que separa para siempre el ‘antes’ del ‘después’. Y eso es precisamente lo que ocurrió el 14 de marzo de 2020: un día a partir del cual no hemos sino sentido tambalearse sin cesar los cimientos de nuestra realidad, comprendiendo la fragilidad sobre la que habíamos construido nuestros sueños y, como sociedad, descubriendo casi en carne viva una vulnerabilidad que hasta entonces nos había pasado desapercibida.
Un año después, podemos decir con orgullo que resistimos. Que, en el momento más difícil de este aún joven siglo XXI, nuestra provincia, nuestra región y este país, han mostrado su mejor versión; han sabido estar a la altura; y han respondido (no sin un esfuerzo colosal y una esperanza épica) a la situación más compleja a la que, en la historia reciente, nos habíamos enfrentado. La ciudadanía ha sido empática, responsable y valiente, y lo sigue siendo. Ahora sabemos, sin lugar a dudas, que los héroes y las heroínas que antes sólo parecían parte de la ficción, existen; pero no llevan capa ni antifaz: son personas ‘normales’, haciendo trabajos ‘normales’, que han cambiado el mundo y para quienes mi gratitud (y la de toda esta tierra), es infinita.
De hecho, durante estos 366 días prácticamente cada detalle a nuestro alrededor se ha transformado. Las actividades cotidianas, aquéllas que asumíamos como eternas e inamovibles, se han convertido en ‘tesoros’ de difícil acceso y, sin embargo, aunque todo ha cambiado, todo continúa, gracias al esfuerzo titánico que diariamente realizan todas y cada una de las personas que han elegido y eligen luchar y no bajar los brazos.
La COVID-19 nos ha hecho enfrentarnos al mundo desde un prisma que desconocíamos; hemos asumido retos que creíamos imposibles y los hemos superado; pero, además, estos doce meses han puesto de manifiesto algo que conviene no perder nunca de vista: la importancia suprema e incuestionable de ‘lo público’. La Sanidad Pública y el Estado del Bienestar han soportado los embistes de esta pandemia, y lo han hecho con las cicatrices aún abiertas de esa crisis anterior que les hirió profundamente.
Por ello, el reconocimiento y el agradecimiento a quienes llenan de ‘manos’ y de ‘alma’ estos sectores, debe traducirse en una mayor inversión y una mejora sustancial de condiciones que blinden el único salvavidas real y efectivo que tenemos cuando vienen mal dadas. Algo que han hecho, desde el primer momento, buena parte de las Administraciones Públicas de este país, entretejiendo un escudo social sin precedentes, sumando esfuerzos intentado luchar ‘a una’ frente al que era el único enemigo: el virus. Porque la ciudadanía demanda ahora más que nunca de esa política leal y comprometida que soluciona problemas, amplía derechos, reduce desigualdades y construye proyectos de futuro.
Frente a quienes la denostan (incluso desde dentro), yo sí creo en el poder transformador de la buena política para mejorar la vida de las personas. Por ello, a quienes apuestan por el ruido constante, la confrontación estéril y los privilegios de unos pocos, se les debe responder con trabajo, con humildad y con voluntad de acuerdo; a buen seguro, eso (por desgracia) pasa más inadvertido pero, a la larga, reconforta como nada más porque, simple y llanamente, es (y no el alboroto) lo que soluciona los problemas reales de la gente. Y el mejor ejemplo de esa política al servicio de la ciudadanía, lo encontramos en nuestros Ayuntamientos.
Ellos han sido y son la primera puerta a la que llaman los vecinos y vecinas de nuestra tierra cuando tienen un problema, y es ahí donde se les da la primera respuesta. El trabajo que realizan todos los días del año y sin horarios, es digno de reconocimiento siempre pero, en estas circunstancias tan complejas, se hace imprescindible reivindicarlo. Además de dar la cara con solvencia a la urgencia del momento, también han hecho frente sin amilanarse a las innumerables casuísticas que surgían en el día a día, muchas nuevas y absolutamente impensables en ese ‘más allá’ del año que hoy ‘cumplimos’...
En medio de una pandemia sin precedentes, había que hacer frente a roturas de agua, cortes de suministro, temporales, reparto de material de protección… La gestión de nuestros alcaldes, alcaldesas y ediles durante este año, ha sido y es el mejor ejemplo de que la política en mayúsculas existe y (también sin necesidad de capa ni antifaz) mejora la vida de las personas cuando hay vocación y compromiso; y de que sólo quienes tienen cubiertas todas sus necesidades, se pueden permitir el lujo de menospreciarla.
Porque, aunque primero se dijo que el virus afectaba a cualquier persona por igual, no es verdad: ahora sabemos que se ensaña mucho más con quienes menos recursos tienen; con quienes comparten pisos pequeños (en el mejor de los casos); con quienes temen perder el trabajo si la PCR es positiva y tienen que cumplir la cuarentena, o han de quedarse en casa al cuidado de hijos, hijas, personas mayores o dependientes.
En este sentido, debemos asumir la necesidad imperante de seguir trabajando para combatir la desigualdad y la pobreza; para conseguir que los retos latentes (y los que han aflorado a la luz de la COVID-19), se conviertan en oportunidades, favoreciendo que la necesaria transición energética sea un espacio para cambiar nuestro modelo social y productivo y generar empleo.
Ha pasado un año, sí. Y aunque las malas noticias han protagonizado buena parte de estos doce meses (con especial tristeza aquellas que hablan de personas fallecidas o ingresadas en hospitales, para quienes siempre tenemos un recuerdo y un mensaje de cariño), no podemos obviar que también ha habido un espacio para la esperanza en forma de unidad ciudadana, de solidaridad, de avances científicos, de conquistas de nuevos derechos sociales.
Lo cierto es que cuando el poeta Ángel González escribía que “habrá palabras nuevas para la nueva historia”, nunca imaginamos que serían ‘estado de alarma’, ‘confinamiento’, ‘cierre perimetral’, ‘toque de queda’, ‘desescalada’, ‘cuarentena’ o ‘distancia social’. Y sin embargo, este vocabulario es una prueba irrefutable de la profunda transformación a la que hemos asistido en este último año.
Pero también es la certeza de que siempre hay palabras nuevas para un tiempo nuevo, y nos animo a utilizarlas; a creer en el diálogo como un instrumento de creación que nos permita levantar social y económicamente nuestra tierra, y hacerla avanzar hacia un futuro que pase, necesariamente, por más igualdad y más justicia social.