Trabajo y despoblaciőn
miércoles 22 de mayo de 2019, 10:46h
Ahora que nos encontramos inmersos en una nueva campaña electoral, o sea, más bien, en una triple batalla, ya que el próximo domingo 26 la ruleta de las urnas nos deparará el resultado de los electos a aposentarse en las poltronas del Parlamento Europeo, de las Asambleas Autonómicas y de los ediles de los Municipios, o sea, como el aceite lubricante “Tres en Uno”, todos los Partidos Políticos que han presentado candidaturas a unas y a otras o a todas a la vez, tratan por todos los medios de atraer el voto del ciudadano hacia su sardina, entendiendo dicho voto como el ascua que dorará el citado pez y los dejará presto y sabroso para ser servido como plato especial.
Pues bien, ante tal evento no es de extrañar que esos Partidos Políticos traten de tocar la fibra sensible de los ciudadanos, con objeto de aparecer ante el pueblo como los únicos, o, al menos, los mejores, que con sus propuestas logren alcanzar el resultado final del éxito en las citadas elecciones, para lo cual, tal como hicieron en la campaña de las pasadas Generales, se recorren la piel de toro, o sea, esta España de nuestros amores y desamores, de Norte a Sur y de Este a Oeste, llevando consigo el mensaje capaz de calar en el electorado y convertir su opción en la triunfadora final, aunque dicho triunfo lo sea en un apretado sprint, e, incluso, con la necesidad de recurrir a la foto “finish”, aunque, a decir verdad, una vez conocido el escrutinio que arrojen las urnas, ninguno de los contendientes en esta lid se dará por aludido respecto a haber sido derrotado con todas las de la ley, y todos saldrán a la palestra como si la derrota fuere una entelequia y, en no pocas ocasiones, culpando de su pobre resultado electoral al ciudadano de a pie que no ha sabido calar el hondo mensaje de tirios y troyanos y que con su voto irreflexo no ha sabido o no ha acertado a depositar la papeleta adecuada en la urna correspondiente, porque ya sabemos que para la mayoría de los políticos el pueblo no acierta casi nunca a comprender el mensaje de los programas electorales y el denuedo de los que se presentan a las elecciones como candidatos para conseguir el máximo bienestar de la ciudadanía, lo cual dura hasta que se termina el ciclo electoral y así, como diría el inolvidable Chiquito de la Calzada, “hasta luego, Lucas” o ese otro refrán, como casi todos los que se contienen en el refranero español, tan certeros como puñeteros, que sanciona “si te he visto, no me acuerdo”. Pero así, de esta guisa, mueven sus tentáculos esa masa aspirante a convertirse en los adalides de todas las bonanzas y bienaventuranzas, aposentados en sus cómodas poltronas, las cuales, por cierto, para abandonarlas, les cuesta sudor y lágrimas.
Y dentro de esta brega por llevarse el gato al agua o, al menos, arrimar, el ascua a su sardina, la casi totalidad de los partidos contendientes en esta lid, nos llenan los oídos con ese apotegma de la “España despoblada” o, con más énfasis y crudeza, con la “España abandonada”, poniendo de relieve que la población ha ido dejando paulatinamente su residencia en la España Rural y ha ido emigrando hacia las ciudades, dejando aquélla, en algunos casos, totalmente desierta, o con menos vecinos que un equipo de fútbol y éste último caso, ya sería un éxito del citado éxodo. Y lo dicen y proclaman, ahora, cuando en realidad, esa realidad, valga la redundancia, no es de hoy ni de ayer, sino que es un periplo que se ha ido dando, como digo, paulatinamente, sin prisa, pero sin pausa, desde que la vida en el campo (por llamar así a esos pueblos que, en algunos casos han llegado a perder su identidad) ha supuesto un hándicap para sus pobladores, porque de todos es sabido que en las ciudades siempre se han abierto un abanico de posibilidades de mejorar la vida y de aspirar a cotas más altas en relación con las que se ofrecen en el ámbito rural, incluyendo, a veces, a la propia capital, y así nació el lema “Teruel Existe”, que desde bastantes años ha tratado de poner de relieve el abandono u olvido que, no sólo ya del campo, sino ciertas provincias, han sufrido de las manos de nuestros prebostes administradores de la “cosa pública”, embarcados en proyectos altisonantes que, en cualquier caso, no tendrían cabida, en esas poblaciones o provincias que, por decirlo de una manera economicista, “no venden”, y aquí de lo que se trata es de sacar cabeza, que te la reconozcan y aplaudan y, como a los toreros, tras una tarde de brega exitosa, les saquen a hombros por la puerta grande, portando las dos orejas y el rabo. Y de ahí vienen las quejas de los pocos vecinos que van quedando como muestra de museo, en esas poblaciones, antaño, quizás, relevantes, con vida y alegría, y hoy envueltas en el tedio, el abandono y el envejecimiento, porque esto último también hay que conjugarlo con esa despoblación, ya que nos dirigimos hacia casi la extinción del hombre actual, pues, a día de hoy, mueren más personas al año, que personas nacen, y no digamos la ayuda que a esta realidad presta el mantenimiento de la actual Ley del Aborto (la Ley Aido), con arreglo a la cual en nuestro país se comete anualmente un genocidio uterino de cerca de 100.000 almas, lo que conllevamos ya como una cosa normal, y así, de esta guisa, luego nos quejamos de que “el pescado es caro”.
Y si esta batalla es difícil de ganarla, la vemos casi imposible, a la vista de los propios datos económicos que fluyen en nuestro país, en el que la tasa de paro y las condiciones laborales, han empujado a muchos de nuestros paisanos a tomar las de Villadiego y cruzar la frontera (que ahora, con esta Europa, dicen que no existen) para buscar un futuro lejos de sus lugares de origen, situándose la cifra de “exiliados” (no dejan de serlo) a uno de Enero de este año, en más de dos millones y medio de compatriotas allende nuestras fronteras (un millón más que en 2.009), lo que se ve alentado e incrementado por las condiciones laborales existentes en nuestro país, que pesan como una losa, para fijar la población, en este caso, joven, que es la que ha de revertir hacia un futuro próximo, sus esfuerzos y su trabajo, lo que se hace de todo punto imposible, ante las perspectivas de hacerse con un puesto de trabajo fijo y con una retribución digna y suficiente para poder vivir y formar una familia. Y es que, al respecto las cifras son de infarto y corroboran que el que puede se vaya a otro lugar a buscarse las habichuelas, porque esas cifras, como digo, no son nada halagüeñas, ya que según estadísticas fiables, el año pasado, casi tres de cada diez contratos duran menos de siete días, nueve de cada diez contratos son temporales y los indefinidos sólo suponen el 7,7%. Y en todo 2.018 se formalizaron ocho millones y medio de contratos con una duración no superior a un mes y de ellos, casi seis millones, tenía una duración inferior de siete días. Ni qué decir tiene, que con estas cifras, el coktail resultante es más bien una bomba de relojería que una placentera bebida. Por lo que no es de extrañar esa fuga de capital humano hacia otros lares en busca de un mundo y un futuro mejor. Y es que la estacionalidad y la temporalidad de los contratos laborales ha supuesto para España un toque de atención por parte de diversos organismos: Banco de España, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional. Como se ve, las alharacas dimanantes del Gobierno sobre la marcha del empleo quedan en agua de borrajas, ante el aluvión de críticas vertidas desde Organismos Nacionales, Europeos e Internacionales, pero para el Ejecutivo, como quien oye llover.
Ante este panorama, diría que dramático, no es de extrañar que esa gente joven haga la maleta o, simplemente, con lo puesto, salgan de este país, aun hoy, a duras penas, llamado España, en busca de un horizonte y un futuro, amén de que lo que se pretende por muchos insensatos, de que en cada pueblo exista un aeropuerto, una estación de AVE, que se creen museos mil y otras zarandajas componentes del cuento de la lechera, es mejor olvidarlo porque lo que es imposible es irrealizable, precisamente por ser imposible.
MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ
22 de mayo de 2019