Abundando en las reiteradas manifestaciones de acusados y defensores de la víctima, de que la presunta violada múltiple, que se dice pronto, no opuso resistencia a la desaforada actuación de sus agresores, ni siquiera manifestó, alta y claramente, su negativa al aquelarre a que fue sometida, contradichas con la declaración de la interfecta en el sentido de que dentro del portal no dirigió las acciones, ni dijo nada ni se resistió porque entró en estado de shock: “No, simplemente, lo que les he dicho: me sometí. Lo único que quería era que eso acabara y cerré los ojos. Quería que acabara”. Es decir, que ni hubo consentimiento, ni expreso ni tácito, más bien el silencio en este caso habría que interpretarlo como una negativa total, dada la situación y las circunstancias en que se desarrollaron los hechos acaecidos en esa maldita madrugada de los San Fermines de 2.016, y más teniendo en cuenta la filosofía declarada por el más guapo entre los guapos del grupo de cinco malditos varones, o sea, el conocido como el “Prenda” de que “es habitual que una mujer quiera tener sexo con tres que acaba de conocer”, demostrando esa prepotencia propia de quien, parapetado en la “manada”, se cree el rey del universo, el más guapo y atractivo, sin tener que preguntarle al espejo de la bruja del cuento de Blancanieves, y en el derecho, porque sí, de poder entrar a saco en lo más íntimo de una persona, despreciando a la misma, vejándola, humillándola, sometiéndola y utilizándola como quien utiliza un klínex, que acto seguido tira a la basura. Se creían que tenían derecho a hacer lo que hicieron, quizás, porque en anteriores ocasiones salieron impunes de sus vandálicos y maquiavélicos actos, que repugnan al más pintado por su morbosidad y asquerosidad. Pero, eran ellos, los integrantes de “la Manada”, los cinco jinetes del Apocalipsis (uno más, en este caso) ante los cuales no puede cerrarse puerta alguna rayana en la decencia, la moral, la ética o la legalidad. Son vivo ejemplo, haya no haya sentencia condenatoria, que supongo deberá haberla, de esos sepulcros blanqueados por fuera, pero putrefactos y llenos por dentro de miseria y prodredumbre, a que se refiere el Evangelio.
Abundando, repito, en este caso, cabe traer a colación otro supuesto de violación, con final más dramático, cual fue el asesinato (homicidio lo calificó el Tribunal indecentemente), de la joven enfermera, la guipuzcoana Nagore Laffage, ocurrido también en la madrugada de los San Fermines del año 2.008, a manos de Diego Yllanes, médico residente de Psiquiatría en la clínica Universitaria de Navarra, el cual tras despedirse de su novia, también médico, en la madrugada del siete de Julio de 2.008, quiso el azar que se encontrase con su víctima, a la que condujo a su piso, violándola, en contra de su voluntad, y asesinándola después en el cuarto de baño, troceando su cuerpo, metiéndolo en bolsas de basura y trasladándolo al Valle de Erro, a 35 kilómetros de Pamplona. Este juicio, con jurado popular, causó una gran impresión y conmoción, no sólo por la monstruosidad del “modus operandi”, sino por la calificación de homicidio, en vez de asesinato, como correspondía según lo probado, y así, de esta guisa, el asesino ya se halla en la calle, tal cual, mientras la estudiante de segundo de Enfermería, cría malvas desde aquel fatídico día, y sin que su madre y otros parientes hayan tenido un solo día en que no les haya costado pegar ojo.
Este final de la infeliz Nagore, es quizás lo que condujo a la víctima de la “Manada” a no oponer resistencia a sus secuestradores, adoptar una actitud pasiva y desear que todo acabara cuanto antes, viniendo a pelo estos versos de nuestro inmortal poeta Federico García Lorca, en su poema del Romancero Gitano, “Muerte de Antoñito El Camborio”, revelador del destino fatal inesquivable: “Voces de muerte sonaron/ cerca del Guadalquivir./ Voces antiguas que cercan/ voz de clavel varonil./ Les clavó sobre las botas/ mordiscos de jabalí./ En la lucha daba saltos/jabonados de delfín./ Bañó con sangre enemiga/ su corbata carmesí,/ pero eran cuatro puñales/ y tuvo que sucumbir...”. Mutatis mutandi, figúrense la escena: eran cinco canallas, pasándosela como un trapo, y tuvo que sucumbir, para no forzar un peor desenlace, cual hubiera podido ser, no sólo una agresión (además de violación) física, o lo peor de todo, acabar como la infeliz Nagore, dejando su vida en un portal de un edificio cualquiera de una calle cualquiera de la Capital de los San Fermines.
Y ahondando en esta materia englobada bajo la epígrafe de “violencia de género o machista”, una espita nueva se ha abierto camino, con la catarata de denuncias de violación y acoso sexual contra el Director y productor Harvey Weinstein, que ha arrastrado a otros muchos galanes de Hollywood (Kevin Spacey, Steven Sagall, Sylvester Stallone, Oliver Stone, Dustin Hoffman y otros muchos que darían para llenar una página entera o varias, si contamos un sin fin de integrantes de este mundillo), lo que sorprende a estas alturas de la película, nunca mejor dicho, como si la Meca del Cine no fuera y así lo conociéramos, un antro del más salvaje y denigrante comercio de carne humana, en busca de un papel en una película o del lanzamiento al estrellato. Lo que ocurre es que, hasta ahora, se ha estado permanentemente mirando para otro lado y haciéndonos los suecos y, quizás, todo este trajeteo no sirva sino para airear el putrefacto aire que se respira entre bambalinas, mas no por ello se va a cortar el río caudaloso de perversión, depravación, la corrupción e inmoralidad que desemboca en lo que ahora se está denunciando.
Y al socaire de este súper escándalo, que arrastra ya a más de una treintena de figuras del celuloide, parece haberse abierto la compuerta y abandono de prejuicios y se ha destapado un macroescándalo de acoso sexual entre los “tories”, implicando a 36 o más señorías de Westminster, alcanzando a siete Ministros del Gobierno May, viéndose obligado su Ministro de Defensa, Sir Michael Fallon, a pedir disculpas por acosar a una periodista y dando lugar a que la Primera Ministra, Theresa May, haya ordenado una investigación a fondo para ver hasta donde llega el “dossier sucio”. Asimismo, en un efecto dominó desde el estallido del escándalo “Weinstein”, las denuncias de acoso sexual llegan también a la Eurocámara, habiéndose denunciado en el Parlamento Europeo algunos casos en los que algún o algunos eurodiputados habrían abusado del personal que está a su servicio utilizando su enorme capacidad de influencia, principalmente asistentes que son personal de confianza de los parlamentarios y cuyo trabajo depende muchas veces, si no siempre, de sus relaciones con él.
MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ
13 de diciembre de 2017