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Nobleza obliga

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 16 de agosto de 2017, 00:49h
Miguel Ángel Vicente
Miguel Ángel Vicente

Esta locución, atribuida al filósofo Ancio Boezio, viene a indicar que cualquier persona que de verdad se precie viene obligada a conducirse en todo conforme a la caballerosidad, honradez y altura de miras que demanda la buena crianza, desoyendo las voces del egoísmo y las seducciones de la comodidad. Así lo pone de manifiesto el Diccionario de Refranes, Dichos y Proverbios de Luis Junceda, y en este sentido dicho el que suscribe se ve compelido en base al referido refrán a entrar al trapo del drama que hoy se cierne sobre una madre, una madre de dos hijos, de 11 y 3 años de edad, que, en defensa de los y jugándose el tipo, se halla en paradero desconocido, a fin de evitar que se dé cumplimiento a la sentencia de un Tribunal Español, y deje que sus dos citados hijos emprendan viaje, junto a su padre, a Italia, país de origen de éste y de adopción, en su día, de la citada Juana, la cual salió huyendo del país transalpino, cobijándose en España, su país, dando un quiebro a su ex-pareja, que, en su día, fue condenada por la Justicia española, por maltrato a su entonces esposa Juana Rivas, en 2.009 y pendiente de otra denuncia por el mismo motivo en 2.016, lo que ya de por sí denota el perfil de una persona a quien difícilmente se le puede tratar de esposo y, de rebote, de padre, porque, seguramente, el infierno vivido por Juana mientras anduvo en compañía de tal joya, no creo que nadie lo quiera para sí ni para persona alguna, siempre que se ande con la sensatez, el sentido común y la moral mínimos adecuados para que a una familia pueda considerársele eso, una familia, dentro de los parámetros normales y ordinarios de las familias en general, salvo que tiremos por el camino de en medio y ya, puestos a destruir, destruyamos el concepto, sin tener en cuenta el más mínimo pudor, honradez y honestidad exigibles a una persona como tal en este pleno siglo XXI, en el que tanto se aboga por el respeto a los derechos humanos (por cierto, haciendo un paréntesis, ahora, ¡a buenas horas, mangas verdes!, la ONU se ha dado de bruces con que en Venezuela, el dictador que aún mantiene mandato supremo, se están violando los derechos humanos. Desde luego, más vale tarde que nunca, pero a estas alturas da la impresión de que la Organización de las Naciones Unidas, con esta declaración y a estas horas, pone de manifiesto que es perfectamente prescindible y quizás, en este caso, ahorraríamos un importante cargo de gasto a cuenta del bolsillo del contribuyente).

Y es que el problema de Juana no puede resolverse con una sentencia, auto, decreto u orden de un Tribunal o de un Juzgado, que le obligue a presentarse ante uno u otro, a fin de hacer entrega de dos vidas, con toda la vida por delante, valga la redundancia, a un maltratador condenado por la propia Justicia, la cual parece mentar la soga en casa del ahorcado. Y aquí nos encontramos, una vez más, con el análisis de para qué sirve la justicia, si ésta se limita simplemente a aplicar la ley al pie de la letra, como un mármol frío e insensible, porque para eso no harían falta jueces, sino que podrían ser sustituidos por máquinas electrónicas, previamente preparadas al efecto, en las que tras introducir los datos y hechos, puros y duros, nos soltaran la sentencia, como un máquina expendedora de tabaco arroja el paquete previamente seleccionado, tras la introducción en la misma de unas monedas. Y es el propio término de Justicia, el que obliga al Juez, como persona encargada de su impartición a interpretar la ley y acomodarla al caso concreto, teniendo en cuenta sus particulares circunstancias, características, elementos y particularidades concretos que lo rodeen, y, por tanto, como el encargado de aplicar esa ley debe buscar que la aplicación de la misma derive en una efectiva conclusión de JUSTICIA, para lo cual debe, como función principal del juzgador, exprimir esa ley, como se exprime un limón o una naranja para sacarle el máximo jugo, retorciéndola, si preciso fuere, hasta la extenuación y, en modo alguno, por comodidad, aplicar dicha ley en su sentido estrictamente literal, porque de hacerlo así, ese juzgador se convertirá en un dispensador, no de justicia, que es lo que se espera de él, sino de INJUSTICIA y para ese viaje no necesitamos, como hemos dado a entender, tales alforjas.

El drama de JUANA se ubica en el drama de lo que llamamos VIOLENCIA DE GENERO, uno de los principales problemas con los que se enfrenta la sociedad actual, en la que el machismo y la preponderancia del varón sobre la mujer, sometiendo a ésta a su voluntad, deseo, afán e interés, considerándola, en cuerpo y alma, como un objeto de su propiedad y que por mucho que se hable de aprobar leyes y buscar consenso, este es un hecho, como otros, que por lo que sea, no existe sobre el mismo una voluntad política determinante, férrea y decidida de acabar con el mismo, porque para atajarlo no se ponen los medios suficientes, personales, materiales y económicos, y no digamos de los legislativos que, en realidad y no es mentira, parecen tratar a la víctima de culpable y provocadora de los males que padece.

La cuestión no es baladí, porque la misma conlleva riesgo para la vida de las mujeres y, en no pocos casos, para los propios hijos. Y hablando de hijos, por la propia ley de la naturaleza, los hijos son más proclives a estar con las madres que con los padres, por cuestiones mil, que no son del caso ahora analizar y especificar y que están en la mente de todos cuantos tengan dos palmos de frente, y sobremanera, cuando esos hijos se hallan en una edad en la que la figura de la madre es trascendental para su formación humana y espiritual, salvo casos muy excepcionales. De hecho, cuando surgen conflictos en la pareja, que abocan en una separación o divorcio, es entonces cuando el padre (el varón), parece acordarse y caer en la cuenta de que tiene hijos y quiere hacer uso de ellos, en muchísimos casos, para hacer daño a su ex-mujer, utilizándolos como arma arrojadiza contra ella, pues sabe que es el punto que más duele a la misma, y la estadística confirma este aserto, pues existen muchos casos en los que para “joder” a la ex-pareja, el propio padre, sí, el propio padre, es capaz de acabar con la vida de sus propios hijos, lo que acaba demostrando el poco interés y amor que por los mismos tenía, cuando las cosas iban bien y peor aún cuando las cosas van mal. Y la estadística me dará la razón: ¿cuántas madres han matado a sus hijos para herir, dañar y lastimar al ex-esposo, y cuántos padres han sido capaces de llegar a la aberración de matar a sus propios hijos con tal de zaherir y hacer sufrir a su ex-esposa?.

He sido testigo de casos en que, cumpliendo órdenes judiciales, de entrega de los hijos a los padres (varones), aquéllos se han mostrado reticentes a abandonar el hogar materno para cumplir, a lo mejor, simplemente, un fin de semana con el padre (varón). No es nada gratificante y da mucho que pensar ver, en pleno invierno, a un niño de cinco años, con su pijama, en casa caliente, un sábado a las 9 de la mañana, para salir de ese querido hogar, donde encuentra todo amor que precisa, amén de cuidados y demás, a fin de irse con su progenitor varón, en compañía del padre de éste, el abuelo, lo que denota que, una vez arrancado el niño de los brazos de su madre, recalará en las manos de los abuelos (que no digo que sea malo) y que el propio padre seguirá haciendo su vida, me parece indigno e injusto.

Desde luego, en el caso de Juana, debe prevalecer el derecho al bienestar de sus dos hijos, lo que tendrán si  se mantienen bajo  su compañía y custodia, y no es de recibo que los Jueces y Tribunales, se laven las manos, como se las lavó Poncio Pilatos, y obliguen a serles entregados a un condenado por maltrato, por muy arrepentido que esté, debiendo primar, además, la seguridad y repito, el bienestar, de esos menores, once y tres años, que, como debiera comprenderse por cualquier persona medianamente normal, encontrarán aquéllas bajo el manto y el amor de una madre, que ha sido capaz de jugarse el tipo y la libertad por los mismos: ¿cabe prueba mayor de amor, cariño y afecto hacia esos hijos?

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

16 de agosto de 2017

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