www.albaceteabierto.es

De morosos, moscosos y mocosos (I)

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 18 de noviembre de 2015, 10:03h
Miguel Ángel Vicente
Miguel Ángel Vicente

Desde la aprobación Papal (Sixto IV), en 1.478 y hasta su abolición en 1.834, la institución eclesiástica encarnada en el Tribunal del Santo Oficio, la Santa Inquisición, ha venido formando parte de la leyenda negra española. Como su propio nombre indica, el Santo Oficio era un servicio considerado sacro, por razón del objeto sobre el que recaía, cual era combatir y extirpar las distintas herejías (a veces, meras discrepancias u opiniones sobre el credo oficialista de la doctrina de la Santa Madre Iglesia, Católica, Apostólica y Romana), y consiguientemente con dicha finalidad (una prueba de sangre) imponer el oportuno castigo a sus autores, los llamados herejes, que eran sometidos a una infinidad de tortuosas, espantosas, monstruosas y dolorosas torturas, con el afán de hacerles confesar su falta o pecado y abjurar de sus desviadas y heréticas convicciones y que tras el auto de fe correspondiente (escenificación pública y solemne en la que se ponía fin al proceso) se proclamaba y dictaba sentencia, con la condena al infractor, hereje, que, a veces, solía terminar siendo a muerte.

Entre los medios de tortura y de ejecución empleados, se encontraban los siguientes, cuyas denominaciones ya indican el grado de crueldad que encerraban en sí mismos para con los investigados (siguiendo la jerga aprobada por nuestros insignes parlamentarios, para no mancillar el honor que suponía la denominación de “imputado” para todo aquél político de turno cuya honradez dejaba mucho que desear) y los condenados, y en cuya pormenorizada explicación no entraremos para evitar el vómito a más de un lector, aunque ya por su propia denominación podemos imaginar la forma de activar y aplicar dichos medios: garrote vil, la horquilla del hereje, el aplastacabezas, la doncella de hierro, la picota en tonel, la jaula colgante, la rueda de despedazar, la pera oral, vaginal o anal, el toro de falaris, el potro de tortura, la cuna de Judas, la guillotina, la hoguera, el azotamiento, la garrucha (a base de pesas)..... y cualquier otro medio de tormento que cupiese en el imaginario macabro y siniestro de los inquisidores.  Como se ve, había un amplio abanico de medios para convencer al reo de sus equivocadas y desviadas convicciones o creencias y para su pase al otro mundo, sin piedad ni remordimiento algunos. Ni qué decir tiene, que más de un reo ante la vista de los medios a que podía ser sometido, confesaba todo lo que hiciera falta a placer del Tribunal Inquisidor.

En realidad, el Tribunal del Santo Oficio fue una institución para mantener dominada, atemorizada y amedrentada  a la plebe, ya que su mera instalación en una ciudad o villa, dando treinta días a fin de que los sospechosos de herejía compareciesen voluntariamente a reconocer sus errores y culpas, suponía entrar en una estado de shock tal, que ante la posibilidad de ser denunciado (ya que la delación era primada entre la población), con razón o sin razón, movían a muchos presuntos sospechosos a comparecer voluntariamente, aunque no estuviesen incursos en falta alguna, a fin de obtener una condena más benigna y llevadera. En otros casos, los vecinos se denunciaban entre sí, denuncias que en numerosas ocasiones eran falsas, ya que el denunciante podía percibir un porcentaje de los bienes incautados al acusado, por lo que se multiplicaron, ya por esos motivos económicos, ya por venganzas personales.

El Primer Gran Inquisidor General fue Fray Tomás de Torquemada, prior del convento de Santa Cruz la Real de Segovia, primera institución dominica fundada en España y con los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, como patronos. Partidario de la máxima ortodoxia religiosa, fiel seguidor de la ortodoxia del poder religioso y político, fue nombrado, en 1.482, Inquisidor por el Papa Sixto IV, organizando el Tribunal a su imagen y semejanza tomando como modelo la Inquisición medieval, y dotando al Tribunal de unas competencias que lo convirtieron en un instrumento brutal e implacable contra la herejía. Tal era su implacabilidad contra la herejía, que llegó a ser conocido como el “martillo de herejes” y exigiendo para sus colaboradores unos criterios de limpieza de sangre como requisito de obligado cumplimiento. Su primera gran acción y puesta en escena se produjo en 1.483, cuando organizó en Salamanca un acto multitudinario en el que fueron arrojados a la hoguera cientos de libros que, según el Gran Inquisidor, adolecían de contenido herético.

Y como la finalidad última del trabajo del Tribunal del Santo Oficio era establecer condenas ejemplarizantes, para inocular el temor entre la población, y hacer perdurar el recuerdo de los delitos cometidos por los herejes, a los condenados se les señalaba socialmente con la pena obligatoria de llevar un “Capirote”, también llamado coroza, que consistía en un gorro cónico (semejante al que usan los nazarenos, pero con la cara descubierta), que servía para hacer mofa pública del condenado, avergonzándole públicamente y siendo infamante tanto para él como para su familia, así como hacerles cargar con el “Sambenito” o saco bendito, prenda a modo de saco o poncho que se imponía a los condenados como símbolo de pecado y escarnio público y que tenía distintos colores y dibujos según las penas, quedando obligados a llevarlo puesto de por vida o por cierto tiempo, según fuera la condena y sólo se lo podían quitar cuando estaban en casa; negarse a llevarlo era un delito y al acabar la condena debía ser colgado en la iglesia para que fuesen recordados eternamente tanto el pecado como el pecador.

Según el historiador José María Zavala la última víctima de la Inquisición fue la religiosa invidente María de los Dolores López, con un hermano sacerdote y una hermana carmelita descalza, ajusticiada al garrote vil y quemada luego en la hoguera y esparcidas sus cenizas el 24 de Agosto de 1.781. Previamente se necesitaron tres personas para leer las casi 160 hojas de la sentencia desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde. No obstante, cabe recordar, con el citado historiador, que el 31 de Julio de 1.826 fue ejecutado el maestro Cayetano Ripoll, condenado a la horca y a ser quemado en la hoguera, por la Junta de Fe de Valencia, sucesora de la Santa Inquisición.

MIGUEL ÁNGEL VICENTE MARTÍNEZ

  18 DE NOVIEMBRE 2015

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios