www.albaceteabierto.es

Rompesuelas, ¿y van?

Por Miguel Ángel Vicente
miércoles 23 de septiembre de 2015, 02:26h
Miguel Ángel Vicente
Miguel Ángel Vicente

 Un año más ha bajado Lucifer a una población española, Tordesillas, donde cada año es abatido de una forma infame, cobarde y traicionera, un astado, un toro, ese magnífico, noble y fiero mamífero artiodáctilo, macho de la vaca, que sestea y pace por las dehesas y que es criado con especial cuidado y atención por los propietarios de las ganaderías de reses bravas, para ser desencajonados en los alberos de las plazas de toros que se expanden sobre el suelo patrio, en algunas poblaciones de Francia y de Hispanoamérica, y que son lidiados en dichas plazas por los maestros, llamados matadores de toros, con ayuda de sus respectivas cuadrillas, picadores y banderilleros incluidos.

Pues bien, una cosa es el arte de torear, que con las reglamentarias normas de ritual, rígidas y concretas, se lleva a cabo en las plazas de toros, donde el toro, aunque se encuentra en terreno que le es ajeno, tiene la posibilidad de defenderse y acabar con el torero, en una lucha que, aunque se califique de igual, es totalmente desigual, mas arraigada en la sangre de un pueblo que lo ha loado en la pintura, la música, la poesía, la literatura, el baile y en todas lar artes en general, y que ha pasado, por tanto, a formar parte del acervo cultural de la sociedad española, y otra muy distinta es el acto salvaje en que se da rienda suelta a los más bajos instintos del ser humano, despojado de espíritu y dominado por el lobo que lleva dentro, tal como ya pusiera de manifiesto Hobbes, “el hombre es un lobo para el hombre” (“homo homini lupus est”) y más cuando a ese acto cruel se le rodea de un aura festiva, de un disfrute del sufrimiento del animal acosado por infinidad de participantes, muchos de ellos a caballo, otros a pie, pero, en todo caso, oportunamente armados con largas lanzas ansiosas de muerte y sangre.

Y eso es lo que llaman fiesta en Tordesillas (Valladolid), donde el martes 15 de septiembre de 2.015, se volvió a repetir la historia de un toro sometido a la barbarie de quienes se autonominan hombres, con todas las letras, pero en los que anida el salvajismo más atroz que pueda ser predicado de un ser humano, perdiendo, por tanto, si cabe, el alma y la cualidad de ser integrados dentro de esa categoría, por dar rienda suelta al instinto más bajo, cruel y sanguinario que sólo debería ser predicado de los salvajes. A las once  y diez de la mañana salió, o mejor dicho, se le dio suelta al susodicho toro, en este caso, llamado Rompesuelas, un morlaco de 640 kilos de peso y seis años de edad, color negro bragado, marcado con el número 114 de la ganadería de Hermanos del Excelentísimo Señor Conde de la Corte, criado a cuerpo de rey en la finca Los Bolsicos, en Jerez de los Caballeros (Badajoz). A las once y diez en punto de la mañana, fue obligado a salir de su escondite secreto (para evitar alguna añagaza de los animalistas) para cruzar el puente medieval sobre el Duero y llegar al Campo del Honor (bendita contradicción), donde decenas de bárbaros, lanza en ristre, unos a caballo y otros a pie, le rodearán y le irán infligiendo lanzazos hasta dejar exánime al bendito toro, agotarle y cuando no pueda más, lanzarle el lanzazo definitivo, el lanzazo de la muerte, honor por el que suspira toda esa turba de enajenados, convertidos en una horda de Lucifer, y llevar a hombros al que tuvo la “suerte” y el “valor” (¿) de obtener el último pinchazo, el definitivo, el que, aun contradictoriamente, liberaría al torturado animal de la vida y, por ende, del sufrimiento y el padecimiento a que es sometido durante todo este trasiego.

Como ocurriera en otros años, al lugar de los hechos acudieron y se congregaron una buena guarnición de los defensores de los animales, llamados “animalistas”, que, incluso, previamente, habían recogido hasta 120.000 firmas de partidarios contrarios a este bochornoso espectáculo, presentándolas en la sede el PSOE, ya que el Alcalde de la localidad de marras milita en este partido, no pudiendo detener la ejecución del animal, pero sí arrancar la promesa de que si Pedro Sánchez llega a La Moncloa, tras las elecciones generales de diciembre, elaborará una Ley de Protección de los Animales, que impedirá y prohibirá esta clase de espectáculos tan dantescos.

Para consuelo del toro abatido, Rompesuelas, su matador, conocido por Cachobo, no ha sido proclamado vencedor del torneo, al ser declarado nulo, según Miguel-Angel Olivera, concejal del PP, por haber infringido las “normas”: “la muerte del toro no se ha ajustado a las normas. La primera lanzada se ha realizado con el toro en movimiento y sin darle la cara; la segunda ha tenido lugar con el toro en movimiento y saliendo detrás de un pino, lo que no está permitido por el reglamento; la tercera, la que en un primer momento ha dado como ganador al leonés, cuando el toro estaba con dos lanzadas de muerte y mermado. Lo ha hecho, además, refugiado en objetos artificiales”. Muy descriptivo todo de la “valentía” del lanceador. Bien puede decirse que “así se las ponían a Fernando VII”. Estéril e inútil consuelo, pero consuelo, al fin y al cabo.

Los partidarios de esta barbarie aducen que este espectáculo goza de una tradición ancestral e inveterada que data de 1.564, y que hay que mantenerlo por este sólo motivo, sin darse cuenta de que las tradiciones, más las que conculcan principios fundamentales de la Ley Divina y de la Ley Natural, lo son hasta que dejan de serlo, y la prueba es que el ganador del torneo ata al extremo de su lanza el rabo del morlaco, aunque según un entendido en la materia, “antes se clavaban los cataplines, pero la tradición se cambió hace unos años”. En base a ese razonamiento arcaico sobre la tradición, debieran seguir permitiéndose la lucha a muerte de los gladiadores y la exposición de los cristianos a las garras y fauces de los leones, panteras y pumas, tal como sucediera en el Circo Romano.

Por su parte los taurófilos han visto en esta polémica planteada por los animalistas el punto de inflexión que haría peligrar la fiesta de los toros, considerando haber una confabulación orquestada y planteada para darle la puntilla, nunca mejor dicho, al arte de Cúchares, lo que no es cierto, por lo demás, blandiendo la prohibición del Toro de la Vega como un atentado contra la libertad y la democracia, sin darse cuenta de que, precisamente por vivir en un Estado de Derecho, existen numerosas prohibiciones que de no existir acabarían de cuajo con la libertad y la democracia, las cuales no son sinónimas del tan manido “prohibido prohibir”. En este sentido, se han lanzado a despotricar contra los contrarios al Toro de la Vega, algunas plumas que no dejan de sorprender, tales como la de Zabala de la Serna, entre otros, que no acaban sino meando fuera del tiesto, al mezclar churras con merinas y confundir la velocidad con el tocino, al poner como ejemplos de barbarie que se matan cerdos, pollos, gallinas y terneros en los mataderos. En fin, escasos argumentos para defender la barbarie y el salvajismo. Causa extrañeza, por otra parte, que los verdaderos artífices de la llamada fiesta nacional, los toreros, guarden un sepulcral silencio sobre estos execrables y bárbaros espectáculos,  los cuales no hacen sino que perjudicar a la propia fiesta.

Y aquí y ahora, conviene traer a colación el estudio, publicado hace unos días en la revista Science, realizado por un equipo coordinado por Chris Darimont de la Universidad de Victoria (Canadá) comparando el impacto ocasionado por el ser humano, como gran depredador, en su ecosistema, con los efectos ocasionados por otros depredadores no-humanos. Por ejemplo, la industria pesquera captura cada año el 78% de la población adulta de salmones en Alaska, mientras los otros depredadores mayores de estos salmones, los grandes osos grizzly, apenas el 7% de esta población; mientras los humanos capturamos cada año el 32% de los pumas americanos, la depredación no-humana es responsable de la muerte del 1%. Lo cual pone de manifiesto el gran poder depredador del hombre convertido en el súper-depredador, y como pone de manifiesto Rafael Bachiller, en un artículo publicado en El Mundo sobre el mencionado trabajo el pasado viernes 18 de septiembre, “para conservar el legado ecológico del planeta no queda más opción que cambiar la técnica de pesca y caza”. Y es en estas acciones descontroladas, donde el hombre esconde o muestra, según se mire, su ADN más cruel, violento e inhumano.

Rompesuelas, se acabaron tus correrías por entre las encinas,  fresnos y los acebuches y atrás queda el remanso del Ardila, afluente del Guadiana, a donde acudías a saciar tu sed. No obstante, gozarás en el paraíso de la gloria que en la tierra se te ha negado.

MIGUEL-ANGEL VICENTE MARTINEZ

25 de septiembre de 2015

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios